La eminencia saluda sin bajar
la ventanilla del auto.
Tiene la sonrisa
y el ademán de una estrella
de los años cuarenta,
pocos minutos
de recuperada la libertad
y una acompañante cabizbaja
en quien reconozco a aquella
profesora carismática del secundario
que se hizo confidente,
me dio su teléfono y en una de esas
charlas me preguntó
con lenguaje más cuidado
si yo prefería el chori o la empanada.
Y pronto observó lo bueno
que sería ver a un psicólogo:
no a cualquiera, claro, a su primo,
la eminencia.
Hay bibliografía, la escribió él,
pero mi edición mental es aleatoria
y rescata una frase
de otro especialista en otro caso:
“Saben detectar vulnerabilidades”.
Como la eminencia también sabe
detectar el terreno propicio,
no cargo con la imagen
del culo abierto de Jorge C*rsi:
solo con el repelús que causa
la perpetua incertidumbre de por qué
alguien que usaba las palabras
“cariño y confianza”
me mandó a sabiendas
a la boca del león.
No.
No quiero metáforas:
nunca sabré por qué insistió tanto
para que yo fuera
a la casa del abusador.
(Olga Outside, 1980)
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