Si hay algo que no quiero es molestar,
decía mi abuelo cuando le llegaba el magún,
y se iba de la casa pedaleando despacio
en su bicicleta gris, con rumbo incierto.
decía mi abuelo cuando le llegaba el magún,
y se iba de la casa pedaleando despacio
en su bicicleta gris, con rumbo incierto.
Mi abuela salía al camino a gritar
unas palabras: sos loco de venir
sacate de una vez esa viaraza. Después
agarraba a sus nietos y nos metía por turnos
en el fuentón de lata. Era invierno
sacate de una vez esa viaraza. Después
agarraba a sus nietos y nos metía por turnos
en el fuentón de lata. Era invierno
y el agua estaba para pelar chanchos.
Con sus manos curtidas de ordeñadora
nos frotaba con rabia los brazos,
la cara, las piernas, hasta que el olor
del jabón blanco invadía los rincones
de la cocina, y se mezclaba
de la cocina, y se mezclaba
con el vapor de las hojas de eucalipto,
que ponía a hervir en un jarro
sobre la estufa a leña. Nosotros
hacíamos preguntas: ¿quién gana
a pelear: el tigre o el león, el perro
sobre la estufa a leña. Nosotros
hacíamos preguntas: ¿quién gana
a pelear: el tigre o el león, el perro
o el perrún?, sólo por decir algo
que nos volviera nuevamente habitable
ese silencio duro de su cara. A ella
se le iba suavizando la tensión
en un movimiento gradual que la llevaba
del frote a las caricias.
ese silencio duro de su cara. A ella
se le iba suavizando la tensión
en un movimiento gradual que la llevaba
del frote a las caricias.
El abuelo, mientras tanto, se tomaba
unos ajenjos y unas copas de caña
en el boliche de Zenklussen, junto a Rubén,
el valesano gritón, y a Bataglino,
el piamontés medio loco que decía
tener listo el sulky para volver a Turín.
Al día siguiente era todo pajaritos,
el piamontés medio loco que decía
tener listo el sulky para volver a Turín.
Al día siguiente era todo pajaritos,
salir al monte a buscar la culebra,
tomar matecocido. Algo habrían
acomodado en la noche, el nono y la nona,
para olvidar la pelea y dar a sus nietos
otra tarde de sol.
para olvidar la pelea y dar a sus nietos
otra tarde de sol.
Con los años supimos que magún
era una palabra que imponía respeto
entre los gringos. La usaban poco,
apenas cada tanto, para aludir
difusamente
a esa rara melancolía de añorar
una tierra que ya no recordaban.
Ahora nosotros, quiero decir,
mis hermanos y yo,
decimos magún cuando nos reunimos,
una vez cada año, el veinticuatro
o el treintaiuno, y no sabemos
por qué costado sacar conversación.
(Santiago Alassia, 1979)
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