Ese mediodía la abuela almorzó en casa,
desde que está en el geriátrico cada tanto viene de visita.
Yo llegué un poco más tarde y me senté junto a ella,
su impecable vestido, sus ojos enormes que miran al cielo,
y su boca torcida por los antidepresivos.
Apenas me vio me agarró la mano, la besó con fuerza
y se la llevó a su pecho.
Papá seguro le contó que me separé,
al rato hablé con mi viejo y me dijo que sí,
un alivio porque yo no hubiera podido largar esa noticia
frente a los ojos de mi abuela
que absorben y refractan todas mis emociones.
Ella me siguió mirando y me dijo sos preciosa
un sinnúmero de veces,
mi mano aferrada a la suya, contra su pecho, como un ancla
sintiendo el latido de su corazón, el tic tac de esa maquinaria
que estando tan cerca de la muerte, me enseña
cómo podemos seguir viviendo.
desde que está en el geriátrico cada tanto viene de visita.
Yo llegué un poco más tarde y me senté junto a ella,
su impecable vestido, sus ojos enormes que miran al cielo,
y su boca torcida por los antidepresivos.
Apenas me vio me agarró la mano, la besó con fuerza
y se la llevó a su pecho.
Papá seguro le contó que me separé,
al rato hablé con mi viejo y me dijo que sí,
un alivio porque yo no hubiera podido largar esa noticia
frente a los ojos de mi abuela
que absorben y refractan todas mis emociones.
Ella me siguió mirando y me dijo sos preciosa
un sinnúmero de veces,
mi mano aferrada a la suya, contra su pecho, como un ancla
sintiendo el latido de su corazón, el tic tac de esa maquinaria
que estando tan cerca de la muerte, me enseña
cómo podemos seguir viviendo.
Luciana Reif (1990)
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